Historiasfuturas. Una novela digital de ciencia ficción.

Historias humanas en mundos del futuro.

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sábado, enero 07, 2006

Cuando Sórac despertó de su inquieto sueño no se encontró convertido en un insecto gigante aunque eso no le hubiera importado. Durante años esa pequeña novela se le quedo grabada en la memoria, estaba convencido de que su destino y el de todos los que le rodeaban era transformarse en parásitos, seres programados para perpetuar una generación más los genes de las anteriores generaciones de insectos. En fin... pensó, abrió los ojos y una voz suave de mujer le dio los buenos días.
- Buenos días. Respondió.
La cabina quedó en silencio durante algunos minutos, Sórac comenzó con el rutinario dialogo de todas las mañanas.
- ¿qué hora es?
- Son las siete y cuarto.
- ¿qué tiempo hará hoy?
- Soleado todo el día salvo veinticinco minutos de lluvia de cuatro a cuatro y veinticinco de la tarde.
Veo que sabe sumar pensó. Abrió el grifo para lavarse la cara y con expresión de aburrimiento continuó la conversación:
- Dime una cosa. El agua que está saliendo en estos momentos por el grifo ¿ha pasado alguna otra vez por el?
- El 1,1 por ciento si.
A Sórac le gustaba poner a prueba la capacidad de esa pequeña porción de computadora que se le había asignado cuando nació y a la que él llamaba Zoe quizás con cierta ironía o quizás por que a veces parecía más viva que él, ni siquiera él lo sabía.
- ¿Hay algo que no sepas?
- Todas las mañanas me preguntas lo mismo. Ya sabes la respuesta, hay muchas cosas que no se.
- Lo hago para mantener la tradición, claro que tu no entiendes estas sutilezas del espíritu humano, además, no todas las mañanas lo pregunto.
- Cierto, solo algunos cientos de veces las últimas cinco décadas.
Se miró en el espejo y se quedó pensando. Al ver su expresión Zoe, con voz todavía más suave añadió:
- En el siglo veinte nadie hubiera dicho que tienes más de diecisiete años.
- Lo sé.
Y era verdad.
Sórac se terminó de arreglar y antes de salir de la cabina llamó a Zoe.
- ¿Sí?
- Te quiero.
- Lo sé.
Recorrió el pasillo flanqueado por las puertas de las cabinas de sus vecinos giró a su derecha y desde el balcón de su piso contempló como tantas veces había hecho antes el fantástico paisaje que le ofrecía su mundo. Tantas veces lo había visto y tantas veces se sintió sobrecogido y admirado por él que no comprendía porqué tan pocas veces había visto a alguno de sus vecinos de los pisos inferiores simplemente apoyado en la barandilla contemplándolo. A todo se acostumbra uno.
Si miraba hacia abajo veía los balcones de los cientos de niveles que le separaban de la base del edificio. A su frente, bajo algunas nubes, se extendía una franja de tierra de cientos de kilómetros de longitud cubierta por bosques, lagos y campos de cultivo de todos los tamaños y colores. Si miraba por alguno de los telescopios del balcón podía ver al final y en el centro de esa franja más edificios gemelos al suyo además de otras construcciones como fábricas de todo tipo, aunque a esas distancias era imposible distinguir los unos de las otras. A ambos lados, la superficie se doblaba hasta muy por encima del horizonte dando la impresión de estar en un largo valle cercado por montañas, extrañas montañas a las que los lagos se pegaban como si estuvieran pintados en ellas. Subiendo la mirada podía ver la oscuridad total del cielo que hacía resaltar más los vivos colores de la vegetación en la que miles de estrellas se escondían reapareciendo en el lado opuesto pocos minutos después. Todo este espectáculo bastaría para impresionar al ser menos sensible y sin embargo lo realmente sobrecogedor no era lo que tenía en frente sino lo que había sobre él. Justo sobre su cabeza otras dos franjas verdes iguales a la que el habitaba y separadas por un espacio de cielo se extendían como una gran bóveda la cima de la cual estaba a casi cuarenta kilómetros de distancia.
Esa gran nave cilíndrica que era su mundo estaba iluminada por un punto de luz que a lo largo del día la recorría de proa a popa. El color del punto de luz al que llamaban Sol cambiaba hora a hora simulando los amaneceres amarillos y los atardeceres naranja de la ya muy lejana Tierra.