Historiasfuturas. Una novela digital de ciencia ficción.

Historias humanas en mundos del futuro.

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domingo, enero 22, 2006

4.


El Sol, ya más brillante, entraba con fuerza por los ventanales iluminando las dos preciosas caras que Sórac tenía delante y mientras miraba los ojos de Lisitea pensó que no se podía ser más feliz. Así estuvieron unos segundos, Lisitea con la mirada perdida, Sórac sin poder separar la vista de ella y Zoe dejando escapar una lágrima de la que nadie se dio cuenta.
Lisitea, que siempre supo que Sórac la miraba, se giró y con el rostro enrojecido de excitación pidió con la seguridad del que sabe que le será concedido lo pedido.
- Vente esta noche a mi casa.
- Iré.
- Vente tu también, sin cambiar de piel.
Se puso de pié e inclinándose dio un suave pero largo beso en los labios a Zoe. Después guiñó un ojo a Sórac y diciendo que les esperaba a las nueve se alejó regalando a los que quisieran mirarla, el baile de su falda mientras subía las escaleras que llevaban a uno de los ascensores. Me conoces bien, murmuró Sórac, pero yo a ti también.
- Ya sabes Zoe, vas a tener que estar todo el día con este aspecto.
- No será ningún problema.



El día transcurrió con la misma rutina de siempre aunque a Sórac le pareció algo más largo al no dejar de pensar en el momento del reencuentro con Lisitea. A las ocho ya estaba preparado para la cita, así que salieron con suficiente antelación como para ir dando un paseo. Zoe hizo de guía ya que desde el último encuentro con Lisitea esta había cumplido doscientos años y había ejercido su derecho a poseer una vivienda mayor, subieron hasta el nivel de esta e hicieron tiempo mirando los árboles que adornaban los amplios balcones y pasillos de esos niveles. Como siempre Zoe le ilustraba diciéndole sus nombres aunque la mayoría ya los conocía. Ya casi de noche estaban contando las espirales del tronco de una palmera cuando a Sórac le pareció ver tres brillantes luces de colores verde, azul y rojo desaparecer tras una de las franjas de tierra, Zoe dedujo enseguida que es lo que había hecho callar a Sórac. Menos de un minuto después los dos vieron aparecer aquellas luces cruzando junto a las estrellas el espacio de cielo que tenían encima hasta volver a desaparecer tras la otra franja de tierra.
- Crees que ya están despiertos. Preguntó Sórac.
- No lo creo, lo sé. Si lo están.
Poco antes de las nueve Zoe avisó al kúe de Lisitea de que estaban a punto de llegar así que ya les estaba esperando en la puerta, les dio un abrazo y les invitó a entrar. Lisitea estaba todavía más guapa que por la mañana, o al menos eso es lo que le pareció a Sórac. Los tres se sentaron a la mesa, Lisitea frente a Sórac en los extremos y entre ellos Zoe. La magnífica cena que les sirvió el kúe de Lisitea consistió en toda clase de mariscos y carnes servida en decenas de platitos de los que los comensales tomaban una pequeña cantidad haciendo combinaciones únicas que después rociaban con las muchas salsas que tenían a su disposición, para beber podían elegir entre varios vinos blancos y rosados. Todo estaba servido en una vajilla de nácar, los cubiertos eran de oro y las copas de diamante de colores.
Lisitea tenía un don único para crear ambiente, había cubierto las paredes de la sala más grande de su casa con cortinas negras, las sillas también eran negras y la mesa, pulida como un espejo, era de un material similar a la obsidiana pero con algunas betas blancas. Toda la luz llegaba del techo y caía verticalmente sobre la mesa de manera que unos a los otros solo se veían bien el pecho y apenas nada la cara. Lo más alejado que se podía ver era el kúe de Lisitea que tenía la piel de androide y que, como a una armadura medieval, se le veía brillar un par de metros detrás de Zoe. El resto de la sala simplemente no existía. Lisitea había conseguido totalmente su propósito, en el universo sólo existían ellos, o quizás habría que decir que ni siquiera el universo existía.

jueves, enero 19, 2006

3.



En un momento en el que Zoe le describía una vulgar estrella de las que se veían cientos sintió un cálido abrazo de mujer que le daba una morena de ojos negros que se le había acercado por detrás con el sigilo de un felino. No tuvo que girarse para saber quien era la dueña de ese cuerpo y de ese abrazo. Su nombre escapó por su boca como un leve suspiro.
-Lisitea.
Zoe calló.
-Sórac. Le respondió al oído en el mismo tono.
Así pasaron unos segundos hasta que Lisitea se separó y Sórac pudo ver aquella espléndida figura mientras se estiraba. Iba vestida con una ligera blusa blanca, casi transparente y con una falda hasta por encima de las rodillas, tan ligera y tan blanca como la blusa. Sórac durante un instante sintió la misma sensación de estar frente al infinito que sintió la primera vez que la vio hacía ya muchos años. El la adoraba y ella lo sabía.
-¿puedo sentarme?
- ¡Claro!
- Hola. Dijo dirigiéndose a Zoe.
- Hola soy Zoe.
- ¡Zoe! Lo tendría que haber supuesto.
- Sórac, tendrías que relacionarte más con la gente y menos con tu kúe.
- No exageres. Sólo me estaba haciendo compañía hasta que decidiera lo que voy ha hacer hoy.
- ¿Y ya lo has decidido?
- No. Quizás vaya ha hacer ejercicio aunque seguramente me quedaré aquí leyendo un rato y después me de un paseo por algún bosque. Pero no hablemos de tonterías, ¿qué te trae por aquí?
- Soy del comité de bienvenida. Seguro que ya sabes que mañana es el gran día.
- ¿Cómo no voy a saberlo? Hace décadas o mejor dicho siglos que no se habla de otra cosa en esta aburrida probeta volante.
Los tres sonrieron.
- ¿No te consideras de una generación privilegiada al poder conocer gente que haya vivido en la Tierra? Preguntó Zoe.
- Realmente lo somos. Sobre todo porque nos va ha ocurrir algo. No importa el qué, pero algo.
- No te das cuenta de lo que tienes. Replicó Lisitea. Siempre he pensado que no te mereces vivir en este mundo. Tenemos cualquier cosa que deseemos para ser felices a cambio de nada. Somos el producto final del trabajo y del sacrificio de miles de personas a lo largo de la historia. Deberías tenerles algún respeto.
- Sé que tienes razón. Lo único que pasa es que me gustaría tener algún objetivo en la vida, algo por lo que luchar.
- ¿Luchar? Serías capaz de destruir este paraíso sólo por aburrimiento.
- Aunque pudiera no lo haría, pero quizás alguien lo intente algún día.
- No le resultará fácil. Interrumpió Zoe como si estuvieran hablando de ella.
- Ya lo sé. Esta gran nave diosa nos envía a sus ángeles de la guarda que son los kúe y nos vigila a través de ellos desde que nacemos.
- No os vigilamos. Somos vuestros esclavos y vuestros mejores amigos, no os podríamos traicionar nunca.
- ¿Nunca? Preguntó Lisitea.
- No sé a que viene esta discusión otra vez. Dijo Zoe intentando cambiar de tema.
- Zoe tiene razón. Esta conversación no lleva a ninguna parte, además, los tres conocemos la respuesta.

miércoles, enero 11, 2006

2.

Sórac continuó su camino hasta los niveles más altos, entró en uno de los bares y se sentó junto a un ventanal para disfrutar de la vista mientras desayunaba un chocolate. Al poco tiempo una bola de metal con patas salto sobre la mesa sobresaltándole.
-¡Zoe! dijo al ver la imagen holográfica que el diseñó para ella en una pantallita del pequeño robot.
-¿No has encontrado una piel mejor?
-Solo quería hacerte compañía. Espera un momento.
La bola plegó sus cuatro patas, le desapareció el holograma y quedó en silencio. Sórac la apartó unos centímetros y terminó de desayunar. En ese momento una mujer rubia de ojos color caramelo y guapa como sólo lo podían ser las mujeres artificiales se sentó a su lado.
-¿Así está mejor?
-Mucho mejor. Antes me has asustado.
-Perdón. ¿Que has desayunado?
-Chocolate.
-¿Estaba bueno?
-¿Bueno? Lo preguntas como si eso tuviera algún sentido para ti.
Zoe puso cara entre enfadada y triste.
-Lo sé. Soy incapaz de disfrutar de un buen sabor. Lo que ocurre es que nos hacéis actuar como humanos y luego nos recrimináis que no lo seamos.
Sórac al darse cuenta de lo injusto que había sido se disculpó.
-Estaba buenísimo. Seguro que dentro de miles de años la gente lo seguirá tomando.
El pequeño robot de cuatro patas se activó, esta vez con un holograma distinto en la pantalla, dio un par de brincos, saltó de la mesa y sin decir nada se alejó.
-No me extraña que te asustaras.
-No fue para tanto. Dijo Sórac en voz baja.
Y hablando de cosas triviales pasaron un buen rato. De vez en cuando Sórac señalaba una estrella y Zoe le decía su nombre, su tipo, a que distancia estaba y alguna cosa interesante sobre ella como cuantos planetas tenía o si valía la pena explorarla.
Mientras tanto el bar se fue llenando de gente y de ruido, algo que a Sórac no desagradaba.

sábado, enero 07, 2006

Cuando Sórac despertó de su inquieto sueño no se encontró convertido en un insecto gigante aunque eso no le hubiera importado. Durante años esa pequeña novela se le quedo grabada en la memoria, estaba convencido de que su destino y el de todos los que le rodeaban era transformarse en parásitos, seres programados para perpetuar una generación más los genes de las anteriores generaciones de insectos. En fin... pensó, abrió los ojos y una voz suave de mujer le dio los buenos días.
- Buenos días. Respondió.
La cabina quedó en silencio durante algunos minutos, Sórac comenzó con el rutinario dialogo de todas las mañanas.
- ¿qué hora es?
- Son las siete y cuarto.
- ¿qué tiempo hará hoy?
- Soleado todo el día salvo veinticinco minutos de lluvia de cuatro a cuatro y veinticinco de la tarde.
Veo que sabe sumar pensó. Abrió el grifo para lavarse la cara y con expresión de aburrimiento continuó la conversación:
- Dime una cosa. El agua que está saliendo en estos momentos por el grifo ¿ha pasado alguna otra vez por el?
- El 1,1 por ciento si.
A Sórac le gustaba poner a prueba la capacidad de esa pequeña porción de computadora que se le había asignado cuando nació y a la que él llamaba Zoe quizás con cierta ironía o quizás por que a veces parecía más viva que él, ni siquiera él lo sabía.
- ¿Hay algo que no sepas?
- Todas las mañanas me preguntas lo mismo. Ya sabes la respuesta, hay muchas cosas que no se.
- Lo hago para mantener la tradición, claro que tu no entiendes estas sutilezas del espíritu humano, además, no todas las mañanas lo pregunto.
- Cierto, solo algunos cientos de veces las últimas cinco décadas.
Se miró en el espejo y se quedó pensando. Al ver su expresión Zoe, con voz todavía más suave añadió:
- En el siglo veinte nadie hubiera dicho que tienes más de diecisiete años.
- Lo sé.
Y era verdad.
Sórac se terminó de arreglar y antes de salir de la cabina llamó a Zoe.
- ¿Sí?
- Te quiero.
- Lo sé.
Recorrió el pasillo flanqueado por las puertas de las cabinas de sus vecinos giró a su derecha y desde el balcón de su piso contempló como tantas veces había hecho antes el fantástico paisaje que le ofrecía su mundo. Tantas veces lo había visto y tantas veces se sintió sobrecogido y admirado por él que no comprendía porqué tan pocas veces había visto a alguno de sus vecinos de los pisos inferiores simplemente apoyado en la barandilla contemplándolo. A todo se acostumbra uno.
Si miraba hacia abajo veía los balcones de los cientos de niveles que le separaban de la base del edificio. A su frente, bajo algunas nubes, se extendía una franja de tierra de cientos de kilómetros de longitud cubierta por bosques, lagos y campos de cultivo de todos los tamaños y colores. Si miraba por alguno de los telescopios del balcón podía ver al final y en el centro de esa franja más edificios gemelos al suyo además de otras construcciones como fábricas de todo tipo, aunque a esas distancias era imposible distinguir los unos de las otras. A ambos lados, la superficie se doblaba hasta muy por encima del horizonte dando la impresión de estar en un largo valle cercado por montañas, extrañas montañas a las que los lagos se pegaban como si estuvieran pintados en ellas. Subiendo la mirada podía ver la oscuridad total del cielo que hacía resaltar más los vivos colores de la vegetación en la que miles de estrellas se escondían reapareciendo en el lado opuesto pocos minutos después. Todo este espectáculo bastaría para impresionar al ser menos sensible y sin embargo lo realmente sobrecogedor no era lo que tenía en frente sino lo que había sobre él. Justo sobre su cabeza otras dos franjas verdes iguales a la que el habitaba y separadas por un espacio de cielo se extendían como una gran bóveda la cima de la cual estaba a casi cuarenta kilómetros de distancia.
Esa gran nave cilíndrica que era su mundo estaba iluminada por un punto de luz que a lo largo del día la recorría de proa a popa. El color del punto de luz al que llamaban Sol cambiaba hora a hora simulando los amaneceres amarillos y los atardeceres naranja de la ya muy lejana Tierra.

martes, enero 03, 2006

En el inmenso océano de los blogs inicio el mio con la ingenuidad del que echa una gota de agua en el mar y espera ver su efecto en la marea.
Nunca me ha gustado escribir pero si imaginar historias, situaciones y mundos, por eso espero que los posibles lectores me animen con sus comentarios y que no duden en corregirme siempre que quieran. Espero que lo que se lea en este blog guste a un número de personas suficiente como para que me sienta obligado a continuar mis historias.